
Hamás mató el 7 de octubre a más de 120 de los 1.100 residentes en el kibutz Be’eri, y secuestró a varios más, una de esas comunidades utópicas socialistas que no fracasó.
La BBC resalta que las comunas agrícolas israelíes son un fenómeno único por ser un experimento socialista y de democracia radical que logró ser notablemente exitoso.
Fueron creados por idealistas como comunidades rurales colectivas que combinaban el sueño de establecer un hogar para el pueblo judío con la visión de construir un mundo mejor.
Allí, todos los miembros eran iguales, todos hacían de todo y todo era de todos. El trabajo era un valor en sí mismo, de manera que ninguna tarea estaba asociada a ningún estatus especial.
Así, los quehaceres se rotaban: quien era administrador de todo el kibutz un día, lavaba los platos del comedor comunal al siguiente.
Comunitariamente se cubrían todas las necesidades: desde vivienda, educación, salud y entretenimiento hasta el jabón, cepillo de dientes, toallas sanitarias y demás.
De acuerdo con el ideal de igualdad económica total, los miembros del kibutz comían en un comedor comunitario, vestían la misma ropa y compartían la responsabilidad de la crianza de los niños, los programas culturales y otros servicios sociales.
El centro de la actividad era la agricultura. Lograron «hacer florecer el desierto».
Con el tiempo, la agricultura del kibutz se convirtió en una empresa poderosa y tecnológicamente avanzada.
Además, a partir de las décadas de 1920 y 1930, los kibutzim (plural de kibutz en hebreo) incorporaron la industria y fabricaron desde ropa hasta sistemas de riego, pero sobre todo alimentos procesados, plásticos y metales.
Desde entonces, los kibutzim, cuya población es apenas el 2,5 de la población total de Israel, aportan el 33% de la producción agrícola y el 6,3% de los productos manufacturados.
Utilizan sus arcas comunales para cuidar de los ancianos, los enfermos y aquellos que no pueden ganar salarios altos, y también brindan atención médica, educación y cultura a sus miembros.
Pero con la creciente tendencia al individualismo en el país y el mundo, su poder y prevalencia disminuyeron. Las nuevas generaciones no comparten las aspiraciones socialistas, no conciben subordinar los intereses individuales a los comunitarios ni aceptan una ideología que se opone al principio de propiedad privada.
A principios del siglo XXI, 179 de los 270 kibutzim de Israel se privatizaron. La nueva generación de líderes del movimiento siguió interesada en la responsabilidad social, pero ya no tanto en el principio de la igualdad.
Esos cambios rescataron económicamente a los kibutzim, sacando a la mayoría de ellos de un estado de crisis, llevándolos hacia la prosperidad, y atrayendo a nuevos miembros.
Quien visite un kibutz puede disfrutar de productos locales frescos y de alta calidad comprándolos directamente a los agricultores. La oferta incluye aceite de oliva, aceitunas, quesos, vino, y cerveza. O puede pasar al restaurante que tiene una zona para sentarse sobre el césped en un ambiente pastoral.